Por Joaquin Manzanos
Habla de su madre. Las palabras suenan en el
silencio. No son de dolor ni de tristeza, no es autocompasión. Son apenas un
alegato a favor de la vida, una prueba de la capacidad del hombre de resistir
los golpes, de pararse y de seguir luchando. Son las palabras de un
hombre que se hizo cargo de su hija a los 22, mientras terminaba la carrera de
grado luego de cuatro años y diez meses. Atrás suyo una vidriera ocupa toda una
pared. Allí se exponen las tapas de algunas películas (Las trillizas de
Belville, Volver, Moulin Rouge, El evangelio según San Mateo). Un afiche de su
película “Andrea, un melodrama rioplatense”, protagonizada por la artivista
trans Susy Shock, ocupa su espacio. En una sencilla caja de cartón tiene una
docena de DVDs.
-Una chica con voz de barítono- Sin titubear De
Santo sostiene que lo trans no deja de encuadrarse en un imaginario posible de
la heteronorma, “chicas que buscan chicos”. Expone sus opiniones sobre la Ley
de Matrimonio Igualitario, critica la institución, que reconoce como necesaria
entre personas. Pero plantea que abre la posibilidad a nuevos debates. Habla de
la homofobia, recuerda que en idioma mandarín, la lengua oficial en China, no
existen términos que distingan entre homosexualidad y heterosexualidad.
Mira distraído una estatuilla china que reposa
junto a una pintura del mismo estilo. Es una de las tantas bellezas de la casa.
Un largo pasillo desemboca en un living espacioso de paredes azul marino y
piano marrón brillante y oscuro. La casa está llena de candelabros, espejos y
cuadros. En una pequeña biblioteca, la primera, se adivinan las obras completas
de Borges, cercano al “Ser y Tiempo” de Heidegger.
-Estos son los libros que uso para hacer mi tesis
doctoral, el resto están en el estudio.
La segunda está en el salón donde atiende a las
visitas. Foucault, Anais Nin, Macedonio Fernández comparten un lugar de
privilegio. En una mesita ratona descansa un libro bilingüe de los sonetos de
Shakespeare y “El Masanvi. Las enseñanzas de Rumi”, sobre el poeta sufista
persa. En el comedor (restaurado por él mismo al estilo de 1913, año en que se
construyó la casa original) reposa sobre la mesa su último trabajo: un plato de
porcelana pintada con una fotografía estampada en seda en el centro que retrata
a Marlene Wayar, otra activista trans, enmarcado en madera, sobre fondo rojo. La
porcelana está decorada con flores en tres colores, rojo, amarillo y verde en
alusión a la bandera de Bolivia. No es para menos, Marlene representa a Juana
Azurduy, heroína en las Guerras de Independencia en el entonces Alto Peru.
“Marlene Wayar(activista trans) como Juana Azurduy”
Técnica: fotografía sobre seda, bordado sobre plato
de porcelana en caja roja.
Medidas: 0:30X0:30 cm.
Año de ejecución: 2013
Sus trabajos han asumido varias de las formas del
arte. A los 17 años trabajaba para la Alianza Francesa, centro cultural dedicado
a la enseñanza del francés. En 1984 (23 años de edad) se recibió em profesor en
Artes Plásticas Orientación Escenografía. Ya en segundo año de su carrera había
ganado el premio “Moliere Air France Saulo Benavente” a los mejores diez
escenógrafos del país de menos de 30 años. Trabajo en la educación primaria.
Desde 1987 trabaja en cine desde su primer cortometraje “Desventura de un
pintor en La Plata”, incluyendo un documental sobre Nilda Eloy, en la que la ex
detenida-desaparecida durante la dictadura nos cuenta su historia a través de
fragmentos de la obra de teatro “Mariana Pinedo” de García Lorca. Desde el 2009 ha publicado cuatro
novelas y trabajos de ficción: “El preferido”, “Casos, una rebelión argentina”,
“El miedo a morir” y “Tarumba”.
Observa detenidamente su última producción
cinematrográfica, Andrea. Un melodrama rioplatense desde un sillon de
terciopelo rojo acomodado para observar la cortina donde mira películas con un
cañón de cine. Es el salón donde recibe gente, un pequeño estudio donde trabaja
en la PC. Ojea distraído la pantalla mientras defiende el kirchnerismo, “en la
cuestión de género, le debemos mucho”. Habla de su hija mayor Magdalena y su
hija menor Anastasia y del arte heteronormado. Prende un Phillip Morris (fuma
un atado de veinte por día) y observa atento desde su mirada azul y profunda.
De Santo es un hombre de 52 años, rapado, de barba tupida, corta y bigotes
atusados. De contextura corpulenta, usa ropa deportiva y una cadena que se
adivina en la camisa entreabierta. Sonríe divertido al hablar y cruza las
piernas, se inclina hacia adelante y fuma. Junto a la bebida es su única
adicción. Cuenta que conoce drogas pero que nunca consumió ninguna. Cuenta de su
amiga, Ilse Fuskova, famosa militante lesbiana. Y entre historias y anécdotas
pregunta:
-¿Que querés en la vida?- sonríe y cita- “Ya no
seré feliz, tal vez no importa/ hay tantas otras cosas en el mundo...”
Una cámara borracha enfoca un cementerio en tonalidades azules roto por unas rosas rojas. Durante media hora escuchamos a Susy Shock interpelarnos con sus labios de rojo bermellón y su voz de barítono. Una muñeca de plástico con la vágina pintada y una historia de menstruación. Un abuso policial se narra con imágenes de huevos rotos contra el piso. Constantemente, a través de planos fundidos se juega con la metáfora en este “mediometraje” que interpela.
No hay comentarios :
Publicar un comentario